TEXTOS:
http://www.exitmedia.net/prueba/esp/articulo.php?id=141 (Lo pongo al final de la entrada)
http://www.967arte.es/index.php?option=com_content&view=article&id=595%3Alaura-torrado&catid=114%3Adestacados-por-maria-jesus-abad-tejerina&Itemid=347
1-Ori Gersht
http://www.youtube.com/watch?v=y9faYoKrOR0&NR=1&feature=endscreen
Time After Time:
Blow Up No. 3 [2007]
Light Jet Print mountedBlow Up No. 3 [2007]
on aluminium
204 x 149 cm
edition of 6
2-Sam Taylor Wood http://www.youtube.com/watch?v=MIzXWGcb3u0
3-
los siguientes artistas: Douglas W. Mellor, Olivia Parker, Flor Garduño,
Priscila Monge, Teresa Cavalheiro, Evelyn Hofer, Witkin, Manuel
Vilariño, Wolfgang Tillmans, Zachary ZavislakTony Catany, Kenro Izu,
Margriet Smulders,
Editorial | ||
Olivares, Rosa
La vida se va como el humo | ||
Cuando los primeros fotógrafos iniciaban lo que sería una acelerada
carrera estética, sus modelos preferidos fueron, inevitablemente,
objetos y edificios, el patio de atrás, los objetos de uso doméstico
sacados de la alacena. Necesitaban modelos inanimados que pudieran
permanecer inmóviles el tiempo necesario de exposición para que la
imagen fuera captada por la nueva técnica fotográfica. Nada más fácil
ni más cómodo que organizar, sobre la mesa del estudio, un conjunto de
objetos que, tal vez al azar, recondujesen nuevamente la memoria
cultural: un busto, un libro, tal vez alguna otra curiosidad... una
composición que demostraba nuevamente algo que el artista venía
haciendo desde hace más de 4.000 años. Louis Jacques-Mandé Daguerre
realizaba el primer daguerrotipo, datado en 1837, fotografiando una
naturaleza muerta, una vanitas. La más nueva de las técnicas artísticas
repetía una fórmula tan vieja como la historia del arte, ahora bien, lo
hacía a la moda del momento, sustituyendo los elementos alimenticios
del cuerpo por el alimento del espíritu, en la forma novelesca que los
principios del siglo XIX asentaron... "como si la fotografía no tuviera
nada nuevo que aportar al arte de la naturaleza muerta", asevera Guy
Davenport. Lo que demostraba Daguerre al realizar esta naturaleza
muerta no era una cultura refinada, sino algo mucho más importante. Por
un lado el conocimiento de la época que vivía y de los movimientos
intelectuales del momento y, muy especialmente, que la cultura llega a
ser algo genético, adquirido a lo largo de las diferentes generaciones
hasta convertirse en un lenguaje autóctono, algo que existe y se
manifiesta de manera casi inevitable en el hacer de los hombres.
¿Tiene la fotografía algo nuevo que aportar al arte de la naturaleza
muerta? En gran medida la fotografía se ha convertido en manos de los
artistas actuales en una prolongación de la pintura. En muy pocos casos
su uso ha significado un enriquecimiento lingüístico, siendo la mayoría
de las veces un puente tendido entre la pintura y la pintura,
suplantándola momentáneamente en virtud de una necesidad coyuntural.
Curiosamente, en las últimas décadas la fotografía ha servido para
desarrollar géneros clásicos que a través de la pintura resultaban
obsoletos, faltos de interés y, sobre todo, ajenos a los intereses
formales del momento. Entre los géneros que la pintura más actual ha
desbancado de su campo de acción está la naturaleza muerta, la vanitas,
un género cuyo origen podríamos cifrar en el arte funerario y que ha
pervivido desde las pinturas rupestres hasta Picasso, siguiendo así,
como decíamos antes, hasta hoy día a través de la fotografía. En este
sentido, como en tantos otros, los nuevos lenguajes no necesariamente
han aportado nuevos contenidos sino relecturas o actualizaciones de los
contenidos tradicionales.
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En la
historia del arte hay pocos temas tan cargados de simbología, tan
centrados en los sentimientos humanos trascendentes como en las
naturalezas muertas. En muchas ocasiones se ha escrito de la naturaleza
muerta como de un arte menor, de un arte de uso doméstico pero nunca
se ha llegado a la negligente afirmación de que su significado sea
trivial. Si bien es cierto que con la llegada del impresionismo y su
posterior uso en el cubismo y muy especialmente en la obra picassiana
se ha reforzado en exceso su valor como iconos de paz, como
representación del calor del hogar y de cierto carácter doméstico,
perdiendo así ese reflejo de los ecos de la vanidad de nuestra efímera
vida. Sin detallar una bien visible y conocida historia de la naturaleza
muerta, el sentido esencial de su representación formal, de la comida
real, de los elementos que la componen, desde las frutas hasta los
libros, calaveras, velas, animales, todo ello dispuesto sobre una mesa,
evoluciona oscilando de lo puramente alimenticio hasta esa idea más
ligada a una "alimentación del espíritu y del intelecto". Pero tanto si
son higos, peras o manzanas, ostras o peces, libros o instrumentos
musicales, calaveras o cualquier otro elemento, éstos están
representando diferentes formas de alimentar nuestro cuerpo, nuestros
sentidos y nuestra alma. Y están, sobre todo, poniendo sobre la mesa
todo aquello que vamos a perder. Nos hablan del paso del tiempo, de todo
lo que el tiempo nos va a quitar, de la muerte y de la pérdida. El
paso del tiempo destruirá la hermosura de estas frutas y pudrirá la
carne de estos animales. La vela, el reloj, el libro, la calavera, son
más claramente explícitos de que el tiempo se acaba, y de que, vanitas
vanitatis, todo en nuestra vida es vanidad. Este paso del tiempo
persigue al hombre desde que es consciente de su propio cuerpo, y la
fotografía es, sin duda, uno de los lenguajes artísticos que actúan con
el tiempo, la memoria y la muerte como elementos inseparables. Sin
embargo, la aportación de la fotografía a la naturaleza muerta es
desigual. En una gran mayoría, los fotógrafos se limitan a
reconstruirlas con una estética decadente, en la que se recupera el
concepto pictorialista, si bien la ironía en unos casos, el claro remake
en otros y, en algunos más, una utilización contemporánea de los
conocimientos de la historia del arte justifican el esfuerzo.
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Sin
embargo, nunca como en estos momentos, y esto sí será una aportación de
la fotografía, aparecen en las naturalezas muertas esos estados de
podredumbre de algunas de las imágenes que veremos en las siguientes
páginas. Ahora ya no es solamente la hermosura de lo que la naturaleza
ofrece, sino la comida basura, el detritus, los alimentos con moho,
desechados. Ya no es lo que la vida nos va a quitar, sino lo que ya
hemos desechado nosotros mismos, despojos de nuestra civilización,
manteles sucios, migajas de comidas vulgares, bandejas de comida de
avión. Se siguen utilizando, cómo no, los enseres, los referentes
objetuales junto a los alimentos y no es suficiente decir que estos
elementos son diferentes, porque su significado sigue siendo similar, y
ésta es una característica cultural del bodegón: adecuarse a los
tiempos, cambiar la lira por los cristales de bohemia, la calavera por
el libro… La fotografía es el arte del siglo XX y por lo tanto corre el
riesgo de ser anacrónico muy fácilmente. Nombres como Wolfgang
Tillmans o Joel-Peter Witkin tienen en la naturaleza muerta uno de sus
temas habituales y son, ciertamente, dos de los artistas que han sabido
aportar elementos propios de nuestra época y del lenguaje fotográfico.
En este sentido el clasicismo de Witkin, con unas composiciones
estrictamente legibles en el orden tradicional del género, se nos
presenta como algo totalmente diferente, imposible antes de la
fotografía. Y cómo, curiosamente, la reutilización de elementos
pictóricos esenciales como el color, perviven en una fotografía
totalmente pura y a la vez clásica como es la de Manuel Vilariño. Todos
los artistas que aparecen en este número, desde la revisión de la
historia de la pintura de Pere Formiguera hasta la reutilización del
bodegón en el sentido más tradicional de Toni Catany, Evelyn Hofer, Flor
Garduño, Douglas W. Mellor, Olivier Richon o Zachary Zavislak, nos
hablan de las mismas cosas que cientos de artistas antes que ellos. Nos
están diciendo que la vida se va como el humo de esas velas que se
empiezan a apagar, en silencio, sin darnos cuenta. Y con ese humo,
nuestras vidas y todo lo que hemos derrochado como si nunca se fuera a
acabar. El arte vive gracias al significado, y éste no se pierde, se
condensa, se transforma, se desarrolla, se cambia. En la naturaleza
muerta, vanitas o memento mori, abundan los símbolos, los dobles
sentidos, y si su lectura puede parecer lineal, hay matices e historias
que sólo la mitología y la religión, junto con la historia de una
civilización cada vez más compleja, pueden desentrañar. Si Vincent Van
Gogh llegó a pintar 194 naturalezas muertas, tal vez su sentido no sea
sencillamente tan simple. Tal vez tengan un sentido renovado los
cientos de naturalezas muertas que estos artistas, y otros muchos,
llevan hechas en sus cortas y efímeras vidas contemporáneas.
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