Dolor exquisito
Por: Liliana López Sorzano
La artista francesa expondrá ‘Historias de pared’ el próximo 21 de marzo en el Museo de Arte Moderno de Medellín, muestra que viajará al Museo del Banco de la República en Bogotá el 21 de junio.
Sophie Calle como parte de su obra expuesta en el Museo de Arte Moderno de Medellín. / Luis Benavides
Fueron siete años recorriendo el mundo. Después de la gran experiencia de viaje, llegar a su ciudad, una metrópoli como París, no fue fácil. Desconcertada, sin lazos de amistad y algo perdida, Sophie Calle decide encontrarse, conectarse, siguiendo los trayectos de desconocidos. Enfundada mentalmente en gabardina de detective, se propuso husmear los pasos diarios de transeúntes anodinos, para que ellos la llevaran a sus lugares, para que ellos tomaran las decisiones por ella. Esas pesquisas la incitan a sacar fotografías, a escribir, a reportar.El juego continuaría en su cama. Quiso que fuera ocupada las 24 horas por personas que se encontraba en la calle, cada uno por un lapso de ocho horas durante una semana. Mientras ella los observaba dormir, tomaba fotos, escribía, después los interrogaba. Dentro de Los durmientes estaba la mujer de un crítico de arte que la invitó a la Bienal de Jóvenes en el Museo de Arte Moderno de París.
1980. Ese fue el comienzo de Sophie Calle como artista, sin proponérselo, sin querer hacer un gesto artístico realmente. Ella sólo quería ocupar las horas y seducir a su padre, un doctor que coleccionaba arte conceptual y quien quizá no tenía la vida de su hija en la más alta estima. Sophie Calle asegura que la primera vez que entra a un museo de arte contemporáneo es para mostrar su arte. Con el tiempo, todos los templos en el mundo que celebran el arte actual, entre museos, galerías y bienales, han albergado su obra en el más alto podio, situándola como una de las artistas más significativas del arte conceptual.
Como en un juego de rol, en una aventura de reglas y de rituales, encontró, en esa búsqueda de sí misma a través de los otros, los ingredientes para alimentar su arte. Su trabajo desde hace más de 30 años ha transitado el terreno de lo privado y lo público, ha coqueteado con opuestos como la intimidad y la distancia, el control y la libertad, la ficción y la realidad, el personaje y el autor.
Sentimientos, situaciones, recuerdos, personas, la experiencia autobiográfica está consignada en fotografías y videos, casi siempre acompañados de un texto narrativo no como argumento, tampoco como explicación, más como un registro objetivo. Sus obras apelan al sentimiento, al afecto, alejadas del tono neutro, a veces frío y distanciado del arte conceptual.
La exposición que Sophie Calle presentará en Colombia incluye la instalación Les aveugles (Los ciegos), en la que la artista les pide a 18 personas que nacieron sin vista que le den su concepto de belleza. Cada una de las piezas está hecha con una foto de la persona invidente, el testimonio escrito y las fotografías que Calle hace de lo que cada personas piensa que es la belleza. La artista vuelve lo invisible visible y señala la paradoja de la belleza como creación mental. Por otra parte, Douleur exquisite (Dolor exquisito) nace del cataclismo que produce una ruptura amorosa. Un viaje al Japón la aleja de su amante y, más que pensar en el periplo, Calle cuenta los días para volverlo a ver. En esta obra, fotos, correspondencia y objetos acompañan un texto a manera de cuenta regresiva, por cada día de sufrimiento amoroso. Este momento Calle lo describe como una de los momentos más tristes de su vida. Al regreso decide interrogar a personas sobre sus peores y más trágicas experiencias, que fueron al final las que la ayudaron a lidiar con su dolor por efecto comparativo.
Esa dinámica de mostrar su intimidad rozando la de los demás, de observar y de ser observada, de espiar e invadir su intimidad y la de los demás, son algunas de las obsesiones más recurrentes que caracterizan su trabajo.
Con un look años 50, vestido primaveral y gafas oscuras, Sophie Calle prefiere hablar en español que en su lengua materna. Desde hace tres días está en Medellín para supervisar el montaje de su primera exposición en Colombia.
¿Por qué quiso llamar la muestra ‘Historias de pared’?
El reto es crear una historia y escribir de manera económica para que la gente pueda leer de pie. No hago solamente libros. Si quiero enfrentarme con la pared, que es lo más interesante y lo más difícil, necesito reducir. Ese problema es lo que ha dado un estilo a mi escritura.
¿Cree usted que las grandes obras de arte salen del dolor?
No lo creo. Las grandes obras salen de todo, a veces del aburrimiento. En realidad yo no sé de dónde salen. Lo que me ha pasado con el dolor es que lo utilizo en mi trabajo para tomar distancia, para verlo desde afuera, sin la emoción viva. Cuando estoy feliz no necesito alejarme, vivo mi felicidad y punto.
Su relación con el arte antes de volverse artista se limitaba a las paredes de la casa de su padre. ¿Cómo es su relación actual? ¿Le sigue el pulso al mundo artístico?
Es verdad. Mi primer encuentro con el arte contemporáneo son las paredes de mi padre. Vivo el medio artístico sin obsesión. Tengo otra vida también que no es en el arte y tengo muchos amigos que no son artistas. Me interesa claramente, es mi trabajo, mi ocupación.
Un director de cine confesaba que le angustiaba el hecho de no poder desligar su vida del cine, ¿le pasa eso?
Quizá me pasa cuando busco una idea, o cuando encuentro en una calle, en una conversación, algo que me llega y que me suena que podría convertirlo en arte. Estoy siempre abierta y con los ojos atentos. Pero en mi vida normal no me siento encerrada por el arte. Vivo muchos momentos personales sin pensar volverlos arte. Cuando estoy con mi novio no estoy pensando cómo utilizarlo, cuando veo una película no estoy buscando justificarla para volverla una obra de arte y cuando me encuentro a la gente no me pregunto cómo pueden ser víctimas mías. Es al contrario, para mí es un descanso: el hecho de que una idea pueda volverse obra. No es un peso, encontrar algo es una situación alegre que me hace soñar en un proyecto.
Así como el escritor que se encuentra una página en blanco, ¿encuentra dificultad para crear, para renovarse?
Dolor exquisito es un ejemplo típico. Tuve la idea en 1984. Cuando terminé esta obra me pareció peligroso trabajar con el material para hacer una exposición porque el dolor era aún reciente. Gracias al trabajo lo había alejado, pero sentí que no era el momento y que tenía que dejarlo reposar. Lo bueno de esto es que cada vez que no tenía ideas y que me sentía en blanco, Dolor exquisito era mi respaldo. Era mi protección, el as bajo la manga, el que podía llenar el vacío. Pasaron 16 años para exponerlo. Decidí hacerlo porque no tenía que cargar con ese peso. Ese proyecto fue muy práctico porque nunca tuve miedo. Pero ahora estoy cercana a los 60 años y ya no tengo miedo, porque si me quedo sin ideas, me queda todo lo que he hecho. No es el fin del mundo. Y cada vez que pienso que me quedo sin motivos, siempre aparece una idea después de la otra.
Su obra tiene que ver con los relatos, con la palabra escrita. Ha incluso inspirado personajes de novela de Paul Auster, de Enrique-Vila Matas. ¿Cómo vive la literatura?
Como cualquier otra persona, como usted. Aunque debo confesar que si me remito a la pregunta que me hizo antes, los libros son los únicos casos donde me pregunto cómo entrar en el relato y verlo desde el punto de vista artístico. No lo hago en el cine, ni con la gente, pero en la literatura sí.
Si mira su obra hacia atrás y mira lo de ahora, ¿ve su recorrido como un progreso o simplemente como algo diferente?
Sé que no estoy cansada. Lo que hago es lo que más me da placer en la vida. Encontrar una idea, pelear con una pared, instalar el trabajo, es lo que más disfruto. No lo veo como una evolución, lo veo diferente. Ahora trabajo más en la presentación, en la estética de una obra, la pienso más. Antes era más instintivo. No sólo es una decisión estética, sino económica. Al principio yo no tenía dinero para mandar mis fotos a un laboratorio, lo hacía todo yo sola.
De todos estos encuentros furtivos con desconocidos, ¿hay algunos que se quedan en el terreno de la amistad?
Sí, muchos. Por ejemplo, Camille, una joven cantante francesa, se volvió una de mis amigas más cercanas cuando ella participó en el proyecto “Take care of yourself”. Es casi como mi hija ahora.
Ver el mar por primera vez
Una instalación de cinco pantallas mostrará, de espaldas, a las personas que se enfrentan con la mirada hacia el mar por primera vez. Voltean a ver hacia la cámara y ésta capta su reacción. Se trata de la primera obra silenciosa de Sophie Calle. Así la describe ella para referirse a que es la primera pieza que hace sin un texto que la acompañe. “En el 2010 fui a Estambul, una ciudad rodeada de agua. Conocí personas que viven allá y que nunca han visto el mar. Filmé su primera vez”.
Este proyecto le cayó del cielo. Leyó un artículo que se llamaba “La gente que nunca ha visto el mar”, en una ciudad costera como Estambul. “Era una descripción de un estado de pobreza, de gente que ni siquiera tiene dinero para desplazarse unos kilométricos. Hay proyectos que me toman 16 años y éste me tomó sólo ocho días", confiesa Calle.
21 de marzo. Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM). Carrera 44 Nº 19A-100. Tel. (+574) 444 2622.
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