Pierre Gonnord, Premio de Cultura de la CAM 2008
Pierre Gonnord
“Mis paisajes son retratos de energía, igual que los rostros son territorios”
Primero fueron personas que huían de lo convencional, luego minorías marginadas, y ahora, comunidades rurales aisladas de la vida urbanita. De eso trata Terre de personne, el nuevo proyecto que el artista francés Pierre Gonnord presenta en Madrid. Una nueva alusión a la mirada pero esta vez, no sólo desde el rostro, también desde el paisaje. Esa tierra de nadie donde también hay máscaras.
Tras las fotografías de Pierre Gonnord (Chalet, 1963) no hay preámbulos ni grandes experimentos. No hay ideas preconcebidas ni artificio. Tampoco hay modas ni antropología. Ni siquiera una formación académica convencional. Lo que hay, dice el artista, es “contemplación activa”. A esa idea remite varias veces al hablar de su última exposición, Terre de personne, comisariada por Rafael Doctor y que presenta el próximo martes 15 en la madrileña sala Alcalá 31. Sus nuevas fotografías son el resultado de un largo viaje por algunos de los pueblos aislados y rurales del norte de España y Portugal, como Os Ancares, Finisterre o Tras os Montes. Para alguien que se considera urbano y que lleva 20 años viviendo en el centro de Madrid, la primera pregunta parece inevitable: ¿Por qué esa ruta?: “El norte es algo que interpela con mis orígenes franceses. Desde hace un tiempo ese espacio rural era un territorio que quería investigar. En este viaje he tenido encuentros con gente del mar y he salido en barco con ellos; también he bajado a las minas, he vivido en cabañas de madera al norte de Portugal, en aldeas donde reside gente mayor en Galicia. Experiencias así te hacen pensar en la tradición, en las sagas, en cómo funcionan esos mundos, en su esquema de valores. En las ciudades esa idea de saga se ha ido diluyendo, pero no ahí. Con este nuevo proyecto busqué nuestra parte común de humanidad en otros territorios secundarios, acceder a otro tipo de realidades”. En este caso, las tareas agrícolas, marítimas o mineras donde sus protagonistas y su entorno parecen pertenecer a un eco, como los fantasmas.
Recolector de ideas
Tampoco él sigue una saga familiar. Empezó con la fotografía de manera autodidacta y haciendo fotos, dice, “mirando”. Desde niño se define como un “coleccionista de información”. Las imágenes que recortaba de Le Monde y Liberation y que luego guardaba como tesoros ya aludían a su obsesión por el ritual fotográfico. En aquellos años, los setenta, París estaba en plena ebullición fotográfica. Explica que paseaba a menudo por el entonces Centro Nacional de Fotografía, hoy convertido en el Palais de Tokyo, donde aprendía de clásicos como Cartier-Bresson. Con él parece compartir el rigor en la composición y esa inusual capacidad para la observación. Le pregunto por su primera cámara y relata sus inicios como artista: “La primera cámara la tuve muy tarde, cuando llegué a Madrid, hace doce años. Un año después, en 1998, llegó mi primera exposición dentro de PHotoEspaña. A partir de ahí empecé a hacer retratos a gente de mi alrededor”. Ese fue el comienzo de su gran proyecto sobre el rostro humano, mirando a la juventud de su entorno inmediato y, poco a poco, acercándose a gente que está al otro lado del éxito y del bienestar, personas insensibles a las modas y a los códigos sociales de consumo. Vagabundos, presos, monjes, indigentes, enfermos mentales, ciegos, geishas, yakuzas... Un microcosmos de minorías, etnias y vidas singulares que Gonnord retrata más allá de la apariencia en una relación vivencial en la que es a la vez filtro y esponja.
-¿Qué significa para usted el retrato? ¿Por qué ese interés?
-El retrato, como el paisaje, no es una realidad, sino una visión. El rostro puede ser una idea, un campo desde donde decir muchas cosas. Mis personajes son un poco rebeldes, con mucho carisma y vidas peculiares.
Cada encuentro es como cada uno de sus viajes, que le han llevado a Nueva York o Japón. Le gusta improvisar, descubrir sin reglas. Desde que coge el coche y hace de él su estudio y, en ocasiones, su nuevo hábitat, está abierto a los encuentros fortuitos, y una vez que toma la cámara, cada sesión de retratos es como una catarsis, como una terapia. Un trabajo, afirma, que es “un ensayo contra el olvido. Una visión de la vida a través de una hendidura”.
Atravesando espacios
Hasta ahora las ciudades habían sido el destino de sus viajes hasta que el pasado mes de enero apareció en una pequeña granja de Os Ancares: “Llevaba tiempo trabajando con el rostro humano y quería abordar el paisaje, y este viaje me permitía atravesar espacios y reflexionar sobre ellos”. Es el mayor cambio que ha introducido hasta ahora en su obra. “He planteado una mirada como retratista, atravesando la naturaleza en estado de cambio. Son retratos de energía, de formas, de naturaleza, igual que los rostros son territorios. Hay fuerzas vivas ahí. Cuando me planteo un paisaje pienso constantemente en el grado de intimidad, contemplación y distancia que puedo mantener con el espacio”. Insiste que ese giro en su obra es un proyecto inicial, casi unos apuntes. Aunque no teme equivocarse. “Este proyecto me ha permitido abrirme a otro campo, ir hacia otras direcciones y que surjan otras cosas. Igual que los retratos, los paisajes ofrecen una visión descarnada, una talla”.
Eso mismo parece hacer Gonnord al hablar de su trabajo. Reconoce que se siente apoyado en España, que hay una cantera de artistas vital y creativa, con una identidad muy marcada, y que no todos pueden llegar. Falla, añade, la maquinaria: “no ser un gran país como Alemania, Estados Unidos o Inglaterra”. E igual de claro tiene su papel como artista: “Aportar reflexión, ideas, otra visión del mundo, de la sociedad y, en cierta medida, embellecer la vida. El artista debe ser un transgresor”.
Bea ESPEJO
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