domingo, 21 de agosto de 2011

observad como Andrew Robinson juega con las dos imagenes dotandolas de sentido

http://vimeo.com/27980760

http://josebarcelofoto.com/2011/08/21/toda-la-verdad-sobre-ensalada-de-tallarines/

Hace unos días os enseñaba una de las últimas fotografías que había subido a las agencias de microstock. La había titulado “Ensalada de tallarines” y hoy me gustaría contaros un poco cómo la hice.
Primero de todo como siempre, empezaré por el material utilizado:
Cámara nikon D700
Objetivo Nikon AF-S 24-70mm/2.8G ED
Filtro UltraVioleta (UV) B+W 77mm
Flash Nikon SB-900
Paraguas difusor 100cm Lastolite
Reflector de porexpan (40 x 120cm)
Trípode Manfrotto (para el flash)


Preparación de la comida

Esta vez no me compliqué demasiado, sólo tenía que hervir los tallarines, cortar los tomates cherry y algunas rodajas de pimiento verde. Corté las hojas de albahaca en el último momento porque con el calor que hace estos días, las hojas se arrugan muy rápidamente.
Los tallarines en su punto y bien pasados por agua para evitar que queden pastosos, como pegajosos, por culpa del almidón que sueltan en la cocción. De esta manera dan más sensación de frescor.
Mientras se hervían los tallarines y una vez cortados el resto de ingredientes empecé a preparar la iluminación y a buscar algunas composiciones para que en cuanto estuviese lista la comida pudiese preparar el plato y tener una idea clara de las seis o siete fotos que tenía que tomar.

Iluminación

Usé un tipo de iluminación que uso mucho en la fotografía de alimentos. Una luz del flash trasera difusa y con el reflector casero colocado a 45º a la derecha para suavizar las sombras.
En la fotografía de portada veis cómo el porexpan está justo delante del flash y no a 45º. Por supuesto en esa posición es complicado fotografiar el plato de comida desde delante, por eso lo retiré a la derecha apoyándolo en la esquina de la mesa.
En esta ocasión utilicé el flash en lugar de luz natural por un motivo que nada tiene que ver con la fotografía, y es que hacía viento y con las persianas abiertas toto el rato pegaban portazos, por lo que decidí cerrarlas y usar el flash. Perfectamente podría haber utilizado la luz natural que llega desde la ventana, con una cortina, sábana o el paraguas difusor mismo para conseguir una luz más suave.
Obviamente en el esquema de iluminación la maceta de flores simula el plato de comida.

Composición de los elementos

Coloqué el mantel de madera y el plato. Buscando con la cámara los posibles puntos de vista y comprobando más o menos dónde quedaban espacios vacíos. Busqué algo que pudiese ocupar esos espacios y no añadiera ni más colores ni terminase convirtiéndose en una distracción.
Unas piedras grises con las que había hecho hace un tiempo unas fotografías tipo spa me venían de perlas al ser grises. Unos cuantos tomates cherry y el resto del pimiento que no había usado en un pequeño bowl de madera que podía asemejarse al mantel. Ya tenía un espacio blanco cubierto con elementos que no desencajaban ni cobrarían protagonismo al aparecer ligeramente desenfocados.
¿Qué me faltaba? Ah sí, los tallarines. Pero todavía faltaba un pequeño detalle para mejorar el aspecto final de los tallarines en el plato.
Con un par de platos, uno de postre y otro de café, puestos boca abajo en el centro del plato donde iban a ir los tallarines, se consigue dar forma al montón de tallarines. Sin estos platos los tallarines hubiesen quedado planos y eso inconscientemente nos lleva a imágenes menos apetecibles.
Ahora sólo me quedaba colocar los tallarines, las mitades de tomate cherry, las cuatro rodajas de pimiento verde y las hojas de albahaca. Algunos elementos decorativos por la mesa y el mantel y listo.

Resultados

Buscando varios puntos de vista y composiciones estas son algunas de las fotografías hice:
Noodles Noodles Noodles Noodles Noodles Noodles
Estas fotografías están tomadas directamente de mi portafolio de Dreamstime, pero también puedes ver las fotos de esta serie en mi portafolio de Shutterstock y de iStockphoto.
Puede que te interese ver más fotografías explicadas, unas fotografías de alimentos o algunas fotografías con su esquema de iluminación.

‘Cuando las fotografías nos parecen falsas’ por Rosa Montero

‘Cuando las fotografías nos parecen falsas’ por Rosa Montero


Cuando las fotografías nos parecen falsas

Rosa Montero
Me está sucediendo algo un poco raro con las fotos: cuando abro el periódico cada día y se me desparraman las coloridas instantáneas por encima de las manos, al primer golpe de vista casi siempre me parecen falsas. Es decir, fotogramas de una película, puro simulacro. No es que sospeche de verdad que sean un montaje, no se trata de un pensamiento articulado, sino sólo de una sensación fugitiva pero clara, de una primera impresión que me veo obligada a corregir conscientemente. Y así, tengo que decirme: no, no es una escena de un telefilm, esa sangre tan increíblemente brillante, tan de titanlux, que embadurna la camiseta de ese cadáver tan estéticamente tirado sobre el suelo, es sangre real y ha salido del interior de ese muerto auténtico.
Esto que acabo de describir me pasó concretamente hace un par de meses ante la imagen espectacular de una víctima de las revueltas egipcias. Y quizá sea ésa una de las causas que originan la sensación de falsedad: que las fotos ¡suelen ser tan espectaculares, tan buenas, tan bellas incluso en el retrato del horror! Entiéndanme: me encanta el arte de la fotografía y no me quejo de que tengan calidad, antes al contrario. Pero lo cierto es que somos las primeras generaciones de humanos que estamos viviendo inmersos en un mundo de imágenes. Una catarata de estímulos visuales cae sobre nosotros cada día, como nunca jamás antes tuvo que experimentar la Humanidad; y sin duda esa vivencia nos está alterando de algún modo nuestra relación con el mundo.
Sobre todo porque gran parte de esa lluviavisual está formada por realidades ficticias: las películas, los anuncios publicitarios, los telefilms… No es de extrañar que las fronteras entre lo documental y lo fingido nos resulten resbaladizas. De manera algo perversa, estamos empezando a valorar más lo artificial que lo verdadero. Ya lo señalaba hace unos años mi querida y admirada Maitena en una de sus páginas cómicas: cuando queremos alabar la belleza de unas rosas, decimos que parecen de plástico; para resaltar la hermosura de un bebé, comentamos que es como de anuncio de televisión; si pretendemos ensalzar un paisaje natural, explicamos que es como de película… Vivimos en la apoteosis de la falsedad. Sólo las fotografías en blanco y negro siguen ofreciente una persistente sensación de autenticidad, porque hoy el mundo visual es en color, y porque el blanco y negro nos remite a un tiempo pasado en el que las imágenes no eran tan preponderantes en nuestra vida.
Por otro lado, entiendo el relativo consuelo que las buenas fotografías nos proporcionan. Al encerrar la realidad, caótica, espantosa, incomprensible e hiriente, en el marco definido de una instantánea, y al otorgarle una perspectiva y una cualidad estética, estamos rescatando y redimiendo con belleza el ciego horror. El arte hace eso, ordena el mundo y le confiere una apariencia de sentido.
Sea como fuere, hay fotos impactantes que cuentan historias muy complejas. A veces me quedo horas contemplando alguna. Como la que salió en EL PAÍS el pasado jueves 30 de junio… Una instantánea de la agencia AFP que mostraba, y reproduzco el pie de foto, a “un grupo de soldados extranjeros abandonando el hotel Intercontinental de Kabul tras participar en la operación contra los talibanes”. Era un fotón increíble; fusil en mano, cuatro hombres caminaban hacia el objetivo con ropa militar de asalto, el pecho cruzado de pesados correajes y erizados artilugios bélicos. El único que miraba a cámara era también el único que se había quitado el casco. Un tipo guapo, barbudo, sucio, de pelo largo y pegoteado por el sudor, con unos ojos negros como pozos, conmocionados, un punto enloquecidos, unos ojos sin duda oscurecidos por lo que habían visto. Por un lado de la cara le bajaba un reguero de sangre (¿suya?) y sus dos manos también estaban ensangrentadas: de qué cuerpo sería todo eso. Si te fijabas un poco más, descubrías que uno de los cuatro hombres no llevaba armas ni uniforme, sino ropa normal y un pañuelo árabe al cuello; cubierto con un casco distinto, se tapaba la cara con las manos para que su rostro no fuera capturado por el fotógrafo… Sin duda era un civil afgano que colaboraba con las tropas (¿un guía, un traductor?) y el reconocimiento de sus compatriotas podría significar su muerte… Los otros dos soldados ni se daban cuenta de estar siendo fotografiados: se les veía agotados, sudorosos, acarreando sobre los hombros un peso excesivo, el sucio peso del mundo. La imagen capturaba a la perfección el inevitable salvajismo de la violencia y a una humanidad doliente y desesperada, víctima y verdugo al mismo tiempo. Era una instantánea tan elocuente que parecía el fotograma de una película, como diría Maitena.